La habitación del hotel, como todas, es anónima. Con cierto lujo decadente, lo admites, pero estás demasiado cansado para hacer honor a esa decadencia del modo que preferirías. Cierras la puerta a tus espaldas y dejas caer la bolsa dentro del armario del pasillo.
Como es lógico con todo lo que has tardado (inconvenientes de tener un mal día), ella ya duerme. Ocupa con holgura todo un lado de la cama y parte del otro, acomodada con abandono. La sábana sólo la cubre a medias y puedes ver el salto de cama que la cubre, el azul que le regalaste y que había reservado expresamente para esa ocasión.
Te darías de patadas tú mismo si te alcanzaras y si tuvieras tú la culpa, pero, teniendo en cuenta cómo ha ido todo, prefieres no acordarte siquiera del asunto.
Te sientas en el rincón de la cama que queda libre y te recreas mirándola dormir. Como siempre, tu corazón empieza a latir más despacio, tus músculos se relajan y tu respiración también se hace más lenta. Te relaja mirarla. Cuando duerme, cuando está despierta, cuando habláis, cuando se pierde leyendo un libro, cuando pone música y se encierra a bailar donde cree que nadie la ve... Cuando tienes un día perro, pensar en ella hace que te tranquilices y empieces a buscar otros ángulos desde los que mirar las cosas.
Otra cosa que suele ocurrir cuando te relajas pensando en ella o, como ahora, mirándola, es que te empiezan a apretar los pantalones por culpa de una erección considerable. Y bien, eres un hombre sano que suele irse a dormir después de homenajearse con una masturbación a la salud de una mujer, por lo que otra noche no supondrá ningún trauma. De modo que te abres los pantalones y empiezas a masturbarte lentamente, sin prisas. Parodiando a House, haces el amor contigo mismo, aunque te prometes que mañana no la dejarás salir de la cama en un buen rato... Por lo menos, por lo menos hasta que te perdone.
Te acaricias y te tocas sin dejar de mirarla, imaginándote todo lo que le harás mañana, lo que querrá, lo que querrás tú y lo que acabará pasando por sorpresa. Ella se gira en sueños y la curva de su cadera te inspira nuevas fantasías. Sin dejar de tocarte con una mano, alargas la otra y apartas la sábana apenas un palmo, lo justo para poder disfrutar del raso azul enmarcando sus nalgas.
La jugada tiene bote y debajo de la sábana aparece el camisón justo encima del comienzo de las bragas, también azules. La visión te excita y lamentas haber llegado tarde. Te has perdido el desfile de ropa interior, con modelos nuevos, por lo que parece.
Con un dedo, con cuidado de no rozarla por no estorbarle el sueño, le subes un poco más el camisón, para poder ver el inicio de esa espalda que te parece tan sexy. No la tocas, pero ella reacciona al fresco y se contonea hasta que encuentra una postura más cómoda. Se queda quieta sin despertarse y tú suspiras con alivio... y con algo de pena. No estaría mal que se despertara y la fiesta acabara en compañía.
Tu mano se acelera en tu entrepierna mientras tu mente sigue fantaseando con ella, tan cerca y, a la vez, tan lejos. Un diablillo se posa en tu hombro y te dice que la despiertes y te la tires, que para eso habéis venido. En el otro hombro, un angelito te dice que, si tienes que despertarla, pues, hombre, despiértala, pero busca una manera un poco más dulce que el aquí te pillo aquí te mato que te sugieren por el lado malo. Tu conciencia resiste ambas invitaciones, está tan guapa cuando duerme...
“Y cuando jadea y suda de placer... “, terminan ambos, ángel y demonio, sin mirarse y poniendo los dos carita de sospechosa inocencia.
Niegas con la cabeza y los dos bichos se miran por detrás de tu nuca, encogiéndose de hombros con impotencia. Ajeno a sus confabulaciones, sonríes con malicia. El ángel y el demonio, que para algo son tú, se sorprenden, se miran y ambos, incluso el demonio, se ruborizan. Desaparecen tapándose los ojos.
Te desvistes rápidamente, con esa eficiencia que dan los calentones de órdago, y te acercas a ella. Sigue quieta, respirando acompasadamente, apenas cubierta por el salto de cama y la sábana que casi le has retirado del todo. Con cuidado de no despertarla, te arrodillas en la cama y le aprietas la polla contra el culo.
Se despierta. No abre los ojos, pero la respiración cambia. Sonríe lentamente, con los ojos cerrados, y empuja con el culo contra ti. Si antes la tenías dura, ahora mismo el granito acaba de perder su puesto en la escala.
Me has convencido. Hay que alquilar esa habitación de hotel ;-)
ResponderEliminarIntenso y excitante... ¡Felicidades por el texto!
ResponderEliminarUn beso desde mis Amanteceres
De verdad hay gente que le gusta que la despierten? estaba convencida de que sólo pasaba en las películas.
ResponderEliminarBuena fantasía para no irse a dormir tan solo.
Te dejo un beso.
Estoy con torrevientos, creo que si hay que alquilar esa habitación y vivir con esa intensidad el momento.
ResponderEliminarGenial el relato.
Gracias por tu visita a mi orilla.
Un beso y un susurro acaramelado
La puesta en escena, el decorado y el vestuario era el propicio para que la despertases.
ResponderEliminarExcitante.
Besos,
Nuda